Por: Liz Damaris Vicente Berríos

La autoestima a menudo se moldea por nuestras experiencias, éxitos, fracasos y la percepción de los demás. En momentos de duda, podemos cuestionar nuestro propio valor y sentir que no somos suficientes.
Sin embargo, la estima de Dios—la manera en que Él nos ve—permanece constante e inmutable.
El Salmo 139:14 nos recuerda: "Te alabaré porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien."
Este versículo nos confirma que nuestro valor no depende de los estándares humanos, sino del hecho de que fuimos creados por Dios con propósito e intención. Mientras nuestra autoestima puede fluctuar, la estima de Dios por nosotros nunca cambia. Él ve más allá de nuestras imperfecciones y nos llama Sus amados.
Cuando anclamos nuestra identidad en el amor de Dios en lugar de la aprobación del mundo, encontramos una confianza inquebrantable. En lugar de buscar validación en fuentes externas, podemos descansar en la verdad de que somos escogidos, amados y valorados por nuestro Creador.
Que aprendamos a vernos a nosotros mismos a través de Sus ojos, abrazando tanto la humildad como la confianza en la identidad que Él nos ha dado.
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